"1789", o la esperanza de la revuelta
Sobre "1789", obra adaptada por el Grupo Tambo Teatro, el pueblo y la justicia social
Cuando estaba por terminar la secundaria, llegó de España mi prima Agustina. Por esos años, la herencia de la inquietud por las causas de justicia social empezaba a aflorar en mí. Un día de aquel año, mi viejo me había dejado para leer un suplemento SOY del Página 12, contribuyendo (quizás sin saberlo) a saldar una necesidad de saber aún más sobre mi identidad. Era la época de la Ley de Matrimonio Igualitario y de los debates álgidos. Cuando Agus aterrizó en nuestra casa, sentí que me había hecho de una hermana nueva. Supo acompañarme a marchas para apoyar la Ley y a tantas otras. Participamos de un hermoso proyecto de educación popular y compartimos saberes. Hace ya varios años que se volvió a vivir a España con su marido Osmar. Pero el martes pasado, luego de tres años sin verla, llegó a Buenos Aires y nos reencontramos.
El viernes pasado ambos fuimos a ver 1789, adaptación del texto de Ariane Mnouchkine del Grupo Tambo Teatro, en el ex tambo del Parque Avellaneda. Con nuestro pésimo sentido de la orientación (que puede que esté en los genes), llegamos al lugar. En el Antiguo Tambo funciona la sede de Teatro Callejero de la EMAD*. Desde afuera pudimos ver una fila de gente que iba siendo ubicada por algunas actrices de la obra. Como llegamos tarde y el lugar estaba repleto, logramos conseguir unos de los últimos asientos en el piso de arriba, desde el que se podía observar el escenario principal. 1789 cuenta con un elenco de 27 actores en escena. Mientras la gente se terminaba de acomodar en sus asientos, las 27 personas ya estaban en personaje, actuando, y algunas interactuando entre ellas.
Lo interesante de la puesta es que, al llegar al ex tambo, uno puede ver que el escenario no es solo el que marca la tarima. Los actores se disponen en el pasillo y en otro escenario que se enfrenta desde lejos al que podíamos observar desde arriba. De manera similar a lo que recordaba de la adaptación de La reunificación de las dos Coreas de Joël Pommerat en el Teatro San Martín, el público está ubicado a ambos costados del enorme escenario a modo de pasillo. La obra consiste, como su título lo anticipa, en la revuelta que tuvo lugar en 1789 en París, Francia, y que dio lugar a la Revolución Francesa. Un actor nos introduce en una escena que presenta a los reyes de Francia. Pero luego afirmará que ese es uno de los modos posibles de contar la historia. Porque, después de todo, existen las historias y no solo la historia. Y en cuanto al pueblo, a propósito de él, me es difícil no pensar en Georges Didi-Huberman cuando dice: “Solo se expone a los pueblos al mostrar el pueblo que falta (…), el gesto que sobrevive y la comunidad que viene”**.
Así, a lo largo de la obra se representarán sucesos conocidos de la revuelta, como la toma de la Bastilla, la destitución del ministro de Hacienda Jacques Necker, el posterior anuncio de la ley Marcial, la formulación de la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano, entre otros. De modo variopinto, con una puesta en abismo que incluye representaciones dentro de la representación (como una parodia al teatro de la época), las distintas escenas mostrarán al pueblo organizándose para combatir al poder reinante. Los actores y actrices tendrán distintos registros dependiendo sus papeles: hay algunos que funcionan como un alivio cómico a la triste historia de injusticias y vejaciones, y hay quienes inspiran el ánimo revolucionario en los espectadores. Al primer grupo pertenece, por ejemplo, quien interpreta a Luis XVI, y quienes representan a María Antonieta y al funcionario que lee las leyes a los dominicanos. Al segundo, los trabajadores empobrecidos que reclaman alimento y otros derechos básicos.
Al terminar de ver la obra, comentamos con Agus lo hermosa que era y lo actual que nos resultó, a pesar de los siglos que nos separan temporalmente y de la geografía lontana. El espíritu de la revuelta que transmite 1789 es contagioso y fue inevitable no pensar en la necesidad de una resistencia al gobierno en el que vivimos. La sensación de liberación de ese yugo que tan bien representaba el elenco insufló una dosis de esperanza en un momento en el que la dimensión de la pérdida, de lo perdido, es enorme. Y, por otro lado, la recuperación de las charlas con mi prima. Esas que tanto extrañaba y a la que la obra, sin saberlo, contribuía. Después de todo, también la obra trata sobre ese gesto que sobrevive y esa comunidad que viene.
*Escuela Metropolitana de Arte Dramático
**Didi-Huberman, G. (2018) Pueblos expuestos, pueblos figurantes. Buenos Aires: Manantial.
***Si al terminar de leer esta reseña, te quedaste con ganas de ver esta hermosa (y tan actual) obra, acá te dejo el link para reservar tu entrada:
https://publico.alternativateatral.com/entradas52497-1789?o=14
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