"Bodegón con fantasmas" o un puente entre vivos y muertos
Sobre el último film de Enrique Buleo y las historias de fantasmas
El mes pasado fue la edición 26° del BAFICI. Para la de este año fui a ver solamente dos películas. Lo curioso es que para este año se repitió lo que tenía lugar en las primeras ediciones de este festival a las que asistí. Y es que en ambas fui solo al cine. Mi memoria viajó a la edición del 2012 en la que mi joven yo fue a ver Puntos suspensivos, del ya fallecido Edgardo Cozarinsky. Recuerdo que había una sección dedicada a proyectar varios de sus films. A mis 19 años no conocía aún al director pero el aura de ver su película en una sala a la que había ido en solitario, me resultó una experiencia increíble.
En mi año número 32, una amiga me giró su entrada para ver Bodegón con fantasmas (2024, Enrique Buleo), título que ya de por sí me generaba interés, al tener que ver mi tesis con las cuestiones espectrales. Al inicio de la película, una pantalla negra anunció que se trataría de cinco capítulos que reflejarían el “sinsabor de las relaciones entre los vivos y los muertos”. Desde el comienzo, algo en la atmósfera me remitió al universo kaurismakiano. Los lugares, el ritmo particular de los personajes, el registro de actuación y los planos minimalistas.
La primera historia consistía en una mujer que vivía sola en su casa en un pueblo de la región de La Mancha. Una rutina de entrenamiento marcado que cumplía en su casa hace pensar en que tal vez se trata de un fantasma: el encierro en el que parece vivir, el modo en el que pasa los días. Pero luego descubrimos que el fantasma es el del padre, que se presentará en su casa para encargarle una tarea importante para él. Su hija deberá cambiar de su lápida su nombre por el de Aurora, la identidad que en vida siempre quiso portar y no pudo alcanzar a hacerlo. Tal vez por la misma razón por la que su hija se niega a cumplir con la voluntad del padre: el “qué dirá la gente”. Ante la negativa de ella, Aurora iniciará un divertido recorrido en busca de quien pueda acceder a ayudarla con su pedido. Y es que, como indica Vinciane Despret, los muertos “hacen hacer cosas”.
El segundo capítulo trataba sobre un hombre que piensa que su vida está por llegar a término. Así es como pasa los días obsesionado y siendo (como los personajes de la cómica serie, también española, Poquita fe suelen decir) un agobio para su mujer. Los silencios de la esposa me hicieron reír mucho, a la vez que los gestos de hartazgo que expresaba con su rostro. El marido se embarcará en un proyecto para continuar habitando su casa incluso luego de muerto, aunque su mujer no parece estar del todo de acuerdo. Para evitar continuar conviviendo con su marido luego de que éste fallezca, pondrá en marcha un divertido plan.
Los demás capítulos radican en otras historias que reflejan estas vicisitudes propias de la convivencia con nuestros muertos. La que se convirtió en mi historia favorita es la de una mujer soltera que desea encontrar una pareja, que tras escuchar a una médium en un programa de televisión cumplirá una serie de pasos para lograr ser poseída por un espíritu. En otra historia, dos almas en pena, bajo sus características sábanas blancas, buscan a un cura para pedirle ayuda ya que quieren pasar a vivir en el infierno, porque en el cielo deben convivir con sus padres de quienes quieren distanciarse por obvias -y nada deducibles- razones. Y, por último, una familia desesperada por contactarse con su hija muerta encuentra esperanza luego de que una pareja de oportunistas les muestra que en su casa apareció una mancha con la forma de la cara de su hija.
Como siempre, vuelvo a Vinciane Despret (para quienes han leído algunas de mis reseñas habrán visto el nombre de esta filósofa belga en otras de mis entradas), quien describe en un capítulo de A la salud de los muertos las sesiones espiritistas grupales con una médium. Desde el mes pasado estoy cursando un interesantísimo seminario sobre manifestaciones espectrales de la memoria en producciones culturales. En él, Mariana Eva Pérez, quien realizó su tesis doctoral sobre obras teatrales y fantasmas, nos contaba en una clase que Miguel Algranti -uno de los integrantes de los colaboradores en su obra Antivisita. Formas de entrar y de salir de la ESMA- explica que para llevar a cabo el contacto con los espíritus se requiere de varias sesiones. Consiste, después de todo, en un ritual, como se le llama. Lo que aparece muy bien reflejado en la historia de la familia de la que trata el último episodio de la película.
Al concluir la proyección, como se estila, Buleo contestó las preguntas que le hizo el público. Era placentero escuchar al director contar con tanta simpatía sobre su film y la preproducción. Me transmitió la sensación del disfrute que parecía tener él por su profesión. Algo que me conmovió. En una respuesta, Buleo explicó que la película era episódica porque es un tipo de formato que le gusta, ya que de ese modo si hay más de una historia es probable que alguna o algunas sean de su agrado. También era una suerte de homenaje al cine que miraba en su infancia. Por otro lado, el título alude al tipo de pinturas que también se suelen denominar “naturaleza muerta”, pero el director explicaba que le cambió el título a bodegón para no sonar repetitivo al mencionar a los fantasmas. La aclaración fue necesaria porque, según explicaba, al llegar a Buenos Aires se enteró de que para nosotros la palabra “bodegón” remite a otra idea: esos simpáticos lugares familiares en los que por una módica suma de dinero se puede acceder a una gran porción de comida. Mientras lo escuchaba hablar, evoqué a ese Marcos de diecinueve años. Me di cuenta de que volvía a encantarme con la experiencia como en aquellos años de las primeras ediciones del festival.
*Acá les dejo el trailer del film por si quieren mirarlo. Si les da intriga el libro de Despret, pueden comentarme el post o escribirme por instagram y puedo enviarles el capítulo que menciono.
¡Gracias por leerme! :)
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