De tejidos, de historias y de duelos
Sobre Lo tejió la Juana, la última obra de Ignacio Sánchez Mestre
Vuelvo a escribir tras unas semanas ajetreadas. Hace exactamente una semana defendí mi proyecto de graduación con el cual me recibí de licenciado en Artes Audiovisuales en la UNA, por lo que se me dificultó sentarme a delinear este texto. Me detuve pensando en cómo encararlo: si en forma de ensayo, reseña o más bien armar algo híbrido, a la manera en la que Peter Orner escribe sobre sus lecturas y su vida en ¿Hay alguien ahí? (libro que recomiendo con énfasis). Finalmente, me decidí por un texto mixturado.
Hace exactamente un mes fui con mis amigas a ver Lo tejió la Juana, la última obra de Ignacio Sánchez Mestre a Timbre 4. Era la última función y esto hizo que las sensaciones que me dejó la obra se acentuaran un poco más. Nada es casual. Muchas veces escribimos porque queremos o porque sentimos que debemos hacerlo. Unos días antes de defender la tesis, se cumplieron seis meses de la muerte de mi viejo. La Juana es la madre recientemente fallecida del Negro (interpretado por el mismo Sánchez Mestre) y de Cabezón (Juan Francisco López Bubica). La obra comienza con la aparición de una amiga de La Juana (interpretada por la desopilante Maitina de Marco) en la casa natal de estos dos hermanos. Entre recuerdos narrados por esta mujer, una caja de vinos se suma al resto de cajas que fueron llenadas con cosas de la difunta. Pero no es la única aparición en esta obra que abarca el duelo de un personaje que durante toda la historia es llamada únicamente por su nombre de pila -un hecho que en determinado momento de la obra es notado por los dos hermanos-. La prima de estos dos personajes, la Gringa (María Pilar Mestre) se apersona en la casa con una panza de embarazada y con el objetivo de ayudarlos con las pertenencias de La Juana para así poder refaccionar y vender la casa.
Resulta interesante la intervención de personajes que no están en escena, a la manera de espectros. Como el momento en el que la amiga de La Juana corrige el relato del Negro, quien les cuenta al Cabezón y a la Gringa la conversación que mantuvieron. Y también esos personajes como La Juana, que viven en los objetos, en los recuerdos que van reconstruyendo o modificando los personajes de la obra. Vinciane Despret tiene una idea que encuentro muy bella y es la del recordar asociado al acto de fabular, de crear. Algo similar ocurre en Lo tejió la Juana, en la que un gran tejido patchwork es extendido por los tres familiares como una gran metáfora de esos recuerdos, anécdotas y a veces huecos en la memoria que forman el relato de una vida. Cuadrados de tela de distintos estilos, con distintos patrones de diseño que conforman un todo. Medio año hace ya que murió mi viejo. Y aún sonrío cuando de repente se me presenta algún recuerdo al mirar un objeto que me lo dispara. Intempestivamente, una anécdota, una descripción (él era así, él era asá) se me viene a la cabeza y se me dibuja una sonrisa, cuando no se me caen unas lágrimas.
Por eso la obra de Ignacio es tan hermosa. Porque nos invita a pensar en nuestros duelos, en aquellas personas a quienes perdimos y a los que muchas veces es necesario recordarlos, conjurarlos, haciendo el esfuerzo de reconstruir su historia. O indagar en detalles, quién hizo qué, quién había hecho qué o quién dijo qué, para llegar a un puerto que tal vez no sea seguro. Pero con tan solo hacer el intento de anclar y de dar con tierra firme se mantiene vivo el recuerdo. Y el amor.
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