fábula
Del lat. fabŭla.
1. f. Breve relato ficticio, en prosa o verso, con intención didáctica o crítica frecuentemente manifestada en una moraleja final, y en el que pueden intervenir personas, animales y otros seres animados o inanimados.
Como adelanté en la publicación de la semana pasada, cumplí 31 años y lo festejé yendo al teatro a ver una obra. Hacía ya años que quería verla. Así que cuando mi hermana me propuso ir a ver “Matate, amor”, no dudé un segundo. Aunque, claro, me imaginé que no quedarían entradas. Si habré intentado comprar entradas desde que la obra está en cartelera... La cosa es que entré en Alternativa teatral y, para mi sorpresa, encontré que aún quedaban algunas para el mismo día de mi cumpleaños (viernes 12). Realizar pago, y ya tenía las entradas en mi casilla de correo electrónico.
Hace pocos años leí la novela de Ariana Harwicz, que es parte de su “Trilogía de la pasión”, integrada además por La débil mental y Precoz -todas ellas llevadas al teatro-. Harwicz vive hace años en Francia. Un dato de color: una vez escribió en su twitter el nombre de su libro y la red social se lo censuró por incitar al suicidio. Con la cantidad de tuits horrendos y con reales malas intenciones que habrá… En fin. Pocos libros me hicieron alterar tanto. Un estilo desenfrenado, sentimientos y sensaciones en primera persona que dan cuenta de la asfixia que experimenta la protagonista de la historia. Bueno, algo similar me pasó con la obra de Marilú Marini. Con mi hermana y mi mamá nos sacamos una foto cuando las luces aún estaban encendidas. Es necesario el registro cuando son salidas que no hacemos a menudo. Merece la pena celebrarlo. Hubiera sido necesario sacarnos una foto luego de ver la obra, para comparar los estados. Como a veces hacen en las peluquerías. El antes y el después. En la foto salimos radiantes, felices, expectantes. Un rato antes de la obra, sin embargo, les había contado que la novela era intensa, vertiginosa e increíble. Pero nada de eso nos preparó para lo que vimos.
Las luces se apagaron y Érica Rivas apareció caminando por el costado de la sala en dirección al escenario. Llevaba puesta una suerte de capa negra que arrastraba por el piso. Su presencia bastó para callar al público y me atrevo a decir que, al mismo tiempo, lo paralizó. Sin decir una palabra se subió al escenario, que emulaba el suelo de un bosque con hojas de árbol desperdigadas en él, y mostró su rostro. Con el dedo índice frente a su boca y algunos “sh” empezó su monólogo. Sostenía un cuchillo en una mano, y con la otra pasaba las hojas de un libro del que leyó algunas líneas. Como una hechicera-ninfa rota, o lo suficientemente entera. En uno de sus brazos, una muñequera sucia. Hechicera que usa sus manos para clavar el cuchillo en una madera, para silenciar la música o para realizar movimientos que parecieran conjurar una presencia.
Y allí comenzó a pronunciar su texto, con algunas palabras en francés (“oui, mon cherie”, se pudo escuchar que decía a “Marido”, como le llamaba) de tanto en tanto. Y es que su personaje era el de una extranjera viviendo en una casa de campo, con un marido al que detesta y un hijo al que no ama. Aquí nadie tiene nombre. Ni su familia, ni el vecino que pasa en moto y mira deseante a la protagonista desde el camino. Esa atmósfera asfixiante que se puede respirar en la obra literaria de Harwicz se mantiene en la obra de Marini. Solo que con algunos toques de humor, un humor tan ácido que lo corroe todo. Y provoca esas risas confusas, que uno no sabe si reír o prepararse para la tormenta que está por venir. En varios momentos, sentí cómo un escalofrío me atravesaba el cuerpo, conmocionado por la interpretación de tamaña actriz.
¿Se trata de una fábula? ¿Acaso el ventanal que atraviesa es la entrada a otro mundo? Quizás se trate de una fábula, o de un cuento de hadas sin endulzar, como el original Hansel y Gretel. Pero hay algo que es seguro. La moraleja no es tranquilizadora, viene a incomodarnos y a dejarnos preguntas.
Anoté varias palabras para este texto: fábula - hechicera- conjuro - bosque - boca del estómago - escalofríos. Quizás haya sido la parálisis, ante la cual solo se pueden esbozar palabras sueltas. Como un animal, al que la extranjera de Rivas imita. El perro herido, al que luego se dispone a disparar con una escopeta, o el venado que la acecha y contacta en varios momentos de la obra. Los gruñidos, ladridos, llantos. Esos que dan cuenta de la animalidad de la protagonista, quien no tiene nombre, como al principio tampoco lo tiene el perro de la familia -a quien luego llaman Vladi/Bloody-. La conexión con lo primitivo se traduce, después de todo, en las sensaciones que recorren el cuerpo. Cuando salimos de ver la obra, con mi hermana y mi mamá la comentamos. Creí que podía llegar a ser el único en el grupo al que lo había afectado de esa manera. Pero estaba equivocado. Mi hermana dijo haber sentido dolor en la boca del estómago en un momento. Ahí está. Me faltaba agregar “boca del estómago” ¡Vayan a ver este obrón!
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