El cuerpo que pica el suelo como una nube
Sobre “La tempestad”, versión libre de la obra de Shakespeare, con dirección de Mauricio Wainrot con el Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín
El viernes fui a ver la versión de La tempestad, de Mauricio Wainrot, interpretada por el Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín. La idea de ir la tuvo un amigo del laburo, Julián, y me pareció interesante la propuesta. La última obra de danza que había ido a ver fue La era del cuero, de Pablo Rotemberg, también en el San Martín. Fue una semana movida, por razones que no vienen al caso, pero procuré estar disponible para el espectáculo que tendría lugar en la sala Martín Coronado. Nos acomodamos Julián, sus dos amigos, Lars y yo en nuestras butacas y al instante empezó la función. Subió el telón y en escena estaba un personaje, que entendí por su vestuario (una larga capa negra, como de mago) que era Próspero. Tres enormes ventiladores decoraban el escenario con astas que empezaron a moverse. Cada una a su ritmo. La maestría del bailarín, que sostenía un libro y hacía la mímica de que escribía palabras, me cautivó al instante. Siempre admiré a la gente que sabe bailar. Ese saber que implica la potencia de un cuerpo. Qué puede un cuerpo, qué es capaz de hacer. De a poco se fueron incorporando los personajes de Ariel -un espíritu ayudante de Próspero en la obra- y los que, según entendí, eran la tripulación del barco que va a parar a la isla en la que está Próspero.
Grandes momentos hubo en la obra. Como el duelo entre dos personajes. Saltos y reculadas tuvieron lugar en esa escena. Luego de ver la obra recordé un texto que habíamos leído en una materia de la carrera. Pertenece al libro Pequeño manual de inestética, de Alain Badiou. Según entiendo, el filósofo considera que lo que él llama la inestética le escapa a la idea de convertir al arte en un objeto de estudio de la filosofía. Allí hay textos sobre distintos tipos de arte. En el capítulo “La danza como metáfora del pensamiento”, el autor se ocupa de la danza usando ideas de Nietzsche y Mallarmé para desarrollar reflexiones en torno a este tipo de arte. En un momento del texto, y retomando al filósofo alemán, dice: “la danza es el cuerpo aéreo y roto, el cuerpo vertical. No es en absoluto el cuerpo martilleante sino el cuerpo ‘en puntas’, el cuerpo que pica el suelo como si fuera una nube”. Esa idea del suelo y la nube me pareció muy atinada para pensar en los movimientos de los bailarines.
Sin embargo por momentos sus pies, pero también sus cuerpos, chocaban contra el piso con fuerza. De manera adrede, por supuesto. Cuando uno de los personajes aterrizó dando unos saltitos perfectamente ejecutados, pensé también en el talento y la meticulosidad que debían invertir para lograrlo. Para sostenerse y no caer. Para frenar a tiempo el movimiento de los pies. En un momento del texto que considero viene al caso, Badiou sostiene: “la danza, más allá de la mostración de los movimientos o de la prontitud en sus diseños exteriores, prueba la fuerza de su retención. Por cierto, sólo será posible mostrar la fuerza de la retención con el movimiento en sí, pero lo que cuenta es la poderosa legibilidad de esa retención”. A esto se opondrá la idea de vulgaridad, tal cual la entendería Nietzsche, que remite a la incapacidad de un cuerpo a resistirse a impulsos de movimientos.
El espacio no es una obligación intrínseca del teatro. La danza, en cambio, integra el espacio en su esencia. Es la única figura del pensamiento que lo hace. De manera que se podría afirmar que la danza simboliza la espacialización del pensamiento.
Emocionaba ver al elenco bailar, desplazarse por el escenario y armar imágenes y figuras tan bellas. El talento de los bailarines era complementado con un vestuario y un maquillaje increíbles, muy bien logrados. En relación a esto, cabe una mención aparte para el personaje de Sycorax, la madre de Calibán, con su presencia hipnótica y la potencia de ser un personaje que no aparece en la obra de Shakespeare. Solo se la menciona. Pero en esta versión dispone de un aquelarre de brujas pelirrojas, que aparece luego de que tiene lugar el intervalo. El deforme Calibán -como le llama Próspero en la obra de teatro- está caracterizado con un maquillaje similar al de su madre, pero también su cuerpo está manchado de distintos colores. Algo que da la pauta de su carácter disruptivo.
Fue muy curioso lo que me sucedió con la percepción del tiempo. No podía llevar un supuesto conteo de minutos de lo que había transcurrido la obra. Solo fui algo consciente de cuánto tiempo había pasado cuando tuvo lugar el intervalo de diez minutos. Como una detención placentera, reconfortante, del tiempo. Algo de esto resonó mientras repasaba el texto leído hace algunos años en una materia. Badiou argumenta que la danza se sitúa en un momento “pretemporal”. Voy a citar una última vez, pero es que el texto** tiene muchos momentos bellos en los que asocia a la danza con estas y otras ideas, como la relación con el espectador, la desnudez, lo casto y la relación con el pensamiento y la verdad. El autor dice así:
“Pero si la danza es metáfora del acontecimiento “antes” del nombre, ella no puede participar de ese tiempo que sólo el nombre, por medio de su corte, instituye. Está sustraída a la decisión temporal. Hay entonces, en la danza, algo de antes del tiempo, de pretemporal. Y este elemento pretemporal va a ser interpretado en el espacio. La danza suspende el tiempo en el espacio”
*Si te convencí de ir a ver esta gran versión del clásico de Shakespeare, acá te dejo el link para sacar las entradas ¡Quedan algunas funciones hasta el 6/09! https://entradasba.buenosaires.gob.ar/landing/la-tempestad?idEspectaculoCartel=2291&cHashValidacion=6c3da9040bf9502635c5e6bc9f383241e380d990
**Si te tentó leer el texto de Badiou, podés escribirme al instagram de El blog de Marquisse diciéndomelo. Me decís tu dirección de correo electrónico y te envío el PDF
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Soy totalmente ajeno a la danza, pero me cautivó de forma particular la idea que compartes de Badiou, quien considera que la danza muestra su fuerza no en los movimientos, sino en la retención de los mismos. Es en ese control, en esa disciplina del cuerpo donde se puede vislumbrar la técnica. Hace un par de días, leí un texto en Substack donde se citaba a Antonie de Saint-Exupéry, quien sentenciaba algo similar, solo que en el caso de la escritura: la perfección no se consigue cuando no hay nada más que añadir, sino cuando no hay nada más que quitar. Esa idea del arte (en general) como contención, como el saber determinar cuál es la medida justa, me ha hecho cambiar el enfoque que pienso darle a mis textos futuros. Un texto muy estimulante el tuyo. Saludos desde Perú!🙇♂️✨️