El tiempo de los amigos
Sobre "Empalme Lobos", obra dirigida por Silvina Bailo y Andrés García Dietze, las amistades y la traición
Desde hace alrededor de 20 años que escucho el nombre de la ciudad de Lobos. Cuando tendría diez, mis viejos alquilaron una quinta a una media hora de ahí, en el barrio La Araucaria. Unas calles de tierra hermosamente escoltadas por árboles. Los hay de eucalipto y también están los que le dan nombre, las araucarias. Fue en el verano siguiente que mi vieja decidió que en el futuro quería poder volver a habitar ese mágico paisaje. Con mucho esfuerzo logró construir una casa en un terreno de ese barrio en el que en el pasado supimos vacacionar en dos ocasiones. Le llamó Aitué, que en mapuche significa “lugar soñado”.
En las quintas alquiladas, y luego en Aitué, tuve la suerte de poder invitar a mis mejores amigos de la infancia a pasar varios fines de semana. En charlas de fogón, los recuerdos afloraron como las hojas acumuladas en follaje otoñal. Todo aquello me resonó cuando leí el título de la obra escrita por Miguel Montes y con dirección de Silvina Bailo y Andrés García Dietze. Empalme Lobos trata sobre el reencuentro de tres viejos amigos. Un viaje en bicicleta en el que la memoria traerá momentos felices, agrios, de traición y de decepciones. La nostalgia a la orden del día, como suele suceder en los encuentros con viejos amigos.
Pedro (Darío Set) es un doctor en Historia que supo ser becario del CONICET y dejó su vida en la capital para instalarse en la ciudad de Cañuelas, Buenos Aires. Emiliano (Claudio Amato), un hombre de buen pasar, canchero y con una gran afición a las mujeres, y Ariel (Federico Ibarra), alegre y despreocupado, van a visitarlo a su nuevo lugar. La obra transcurre en un escenario que consta de cercas que delimitan el camino por el que los tres amigos andan en sus respectivas bicicletas. Desde el comienzo de la obra, el tranquilo y parco Pedro (como lo define en un momento Ariel) demuestra estar en tensión con Emiliano. Lo que parece ser un suave rencor derivará en secretos que se irán develando a medida que avanza la obra.
La obra, que está en cartelera en el siempre agradable y hermoso Espacio Callejón, es de esas que dan la sensación de estar incluido en la trama. El naturalismo que emana el texto, la dinámica relacional del grupo de amigos y las interpretaciones frescas de los tres actores contribuyen a que el espectador sienta que está frente a un grupo de amigos consolidado y eterno. La iluminación acompaña para delimitar los momentos introspectivos de cada personaje, pequeños instantes en los que el sonido del tren da cuenta de un viaje interno. Y en el mientras tanto, el viaje grupal en el que atravesarán distintas ciudades. Una escena que me quedó grabada por lo potente que me pareció es la de Ariel imaginando que jugaba un partido de fútbol. Ibarra levanta los brazos inmóviles de los otros actores pero estos se caen al instante. La metáfora de que a pesar de que el tiempo parece detenerse cuando uno está con sus amigos, el reloj continúa. Como si quisieran transmitir que nada permanece completamente igual.
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