En cada lugar del mundo, en este instante
Sobre la obra de Martín Mir, las primeras experiencias políticas y las crisis
Recuerdo estar viendo la tele con mis viejos, cuando mi mamá le hizo una pregunta a mi papá, con esa seguridad propia de las preguntas que quien las pronuncia sabe que no necesitan una respuesta para conseguir autorización. “¿Vamos, Pato?”, le preguntó mientras en el noticiero de la noche pasaban imágenes de una concentración en Plaza de Mayo. Así fue como asistí a mi primer cacerolazo. La fascinación que me provocó ver a la congregación de gente a la que la unía un mismo propósito, el de un bienestar común. Al mismo tiempo, lo lúdico del hacer sonar los objetos de cocina para generar ruido. Los años se mezclan en mi memoria, que en ese momento era la de un niño.
El viernes pasado conocí el teatro Vera Vera, en el barrio de Villa Crespo. Una sala en el primer piso de uno de esos pintorescos edificios, que te invitan a subir unas escaleras para develar el espacio en el que disfrutarás de una función tras unos minutos. El muchacho que se encargaba de verificar las entradas nos advirtió que arriba habría vino de cortesía. Efectivamente. En el primer piso, convidaron a la concurrencia con unas copas de vino mientras esperábamos a que den sala. Una vez ahí, una cama matrimonial y el resto del mobiliario indicaba que la obra transcurriría en una habitación.
Es diciembre de 2001. Nelson (Damián Smajo) mira la televisión sentado en la cama. De afuera se escucha una voz que gritando lo llama. A escena entran Marcos (Lucas Delgado) y Marcia (Manuela Fernández Vivian), una pareja que llega al lugar en busca de una habitación donde pasar la noche. Se les descompuso el auto: según Nelson, probablemente se trate de un miguelito, una treta poco feliz de un tercero para pinchar una rueda y hacerse con el vehículo. Marcia está descontenta y observa el lugar con recelo y desagrado. Su marido Marcos intenta animarla. Mientras, Nelson aguarda que la pareja negocie a ver si se queda o no en la habitación. Bueno y paciente, defiende su lugar y fuente de trabajo: les dice que aunque no encaje en su gusto, “la pieza se alquila” seguido.
Marcia es una actriz que solía interpretar personajes de telenovelas, razón por la cual Nelson se muestra cholulo y dueño de un tímido deseo hacia ella. La crisis matrimonial es estridente. Las peleas son a los gritos: él le reprocha a ella que parece no vivir en la realidad, ella a él que abandone el juego, las apuestas. En la tele se escuchan los estragos que suceden en el país mientras tanto. Todo indica crisis: afuera del hotel, adentro de él. El descanso y las vacaciones de la pareja se ven, así, interrumpidos por un hecho fortuito. Pero los conflictos emergen en ese territorio neutral que es la habitación. Resulta interesante la idea de lo económico que sobrevuela en la obra. El dinero que pierde Marcos en las apuestas, el dinero que escasea y por lo que se suceden los saqueos que aparecen en las noticias. Y también el intercambio: cuando Marcia la encarga por impulso una pizza a Nelson, luego querrá que este la comparta con ellos. El deseo de ella hará que se fije en el encargado del lugar, intercambiándose así el objeto de deseo de Marcos a Nelson.
Las actuaciones me resultaron impecables. Fernández Vivian brilla en su papel de actriz en crisis, con sus recitados de fragmentos de obras y guiones. Delgado con su personaje algo iracundo y adicto -gran parte de las discusiones de Marcos con Marcia se deben a los llamados que recibe de su amigo con el que suele apostar-. Smajo en su interpretación del bonachón y protector encargado del lugar. La obra termina inscribiéndose en un corpus de obras que traen al presente ese pasado oscuro de nuestra historia que, como la moda, parece volver aggiornado en estos últimos años.
Eran épocas, aquellas las de fines de los noventa y principios de los 2000, de escuchar palabras de enojo cada vez que aparecía algún funcionario del gobierno en la televisión. Luego, vinieron el corralito y los trueques. El Club del trueque al que íbamos con mis viejos tenía lugar en un amplio salón de un edificio que quedaba por nuestro barrio. Recuerdo recorrer con atención las mesas de esa feria a puertas cerradas en las que no existía el dinero, pero sí los llamados “créditos”, con los que podías adquirir algunos de los productos que ofrecían. Artículos de limpieza, de librería y algunas comidas caseras se desplegaban en las tablas con caballetes. Hace algunos años compré en una feria un fanzine, “Bolsón de alimentos”, que me disparó el recuerdo de los trueques y de esas primeras experiencias comunitarias. Comidas que, paradójicamente, se podían preparar en las cacerolas que tanto se hacen sonar en los reclamos populares. Y que la obra de Mir nos recuerda que hace décadas -como ahora- también sonaban con fuerza.
*Si al terminar de leer esta reseña, te quedaste con ganas de ver esta divertida obra, acá te dejo el link para sacar las entradas:
http://www.alternativateatral.com/obra95363-en-cada-lugar-del-mundo-en-este-instante
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