"La curva del tiempo" y las invocaciones
Sobre la obra escrita y dirigida por Martina Cabanas Collell y el tiempo duelado
Este domingo que pasó fui a la hermosa Ferial de la UNA, que tuvo lugar en la sede de Mitre y Callao este último fin de semana. Esta feria se realiza una vez por año por estas fechas y la recomiendo mucho: dejo un enlace aquí para enterarse de novedades y el registro de la misma. En el primer puesto que vi un libro que me interesó, me lo llevé. Un hermoso librito de portada de un rosa y azul estridentes, Fantasmas (ópera, telepatía y amistad), de Julián Galay. Luego de esta visita, me acerqué con una amiga al mítico Espacio Callejón para ir a ver La curva del tiempo, de y por Martina Cabanas Collell. La gente del lugar, muy amable como de costumbre, nos permitió elegir la primera fila. Al llegar a la sala, un mobiliario de madera estaba dispuesto en el escenario. Mesa, sillas, un armario, una estantería en la que yacían varios libros, un calendario y otros objetos. A la izquierda, un mueble de cocina con un anafe y una pava, ambos eléctricos, sobre él. Comienza la obra. Ángel (Federico Buso) duerme todo cubierto por mantas en un sillón. Se despierta y pone la radio. Suena “Sabor a mí”, cantada por Javier Solís, según anuncia el conductor de un programa. Ángel se prepara para ir al pueblo a comprar algunas cosas. Le conversa a su tortuga, a la que le puso el nombre de Teresa. Hasta aquí, imágenes de lo cotidiano.
Pero en un momento, la cosa cambia. La luz disminuye su intensidad y luego la aumenta. Ángel cambia de voz, de postura, de movimientos e incluso de andar. Con un delantal, pondrá la mesa, acomodará los abrigos que su cuerpo dejó tirados hace un rato en el sillón y también conversará con la tortuga, aunque para Teresa el animal se llamará Lenteja. La luz vuelve a desajustarse por un instante y Ángel vuelve a su postura anterior. El calendario, que exhibe una ilustración de un caballo, indica que se trata del año 2025. Irrumpe en el hogar del solitario Ángel una mujer. Se presenta, ella es la doctora Lina Santamarina (Magela Zanotta), y está en plena crisis. Llegó hasta el pueblo en el que vive Ángel buscando despejarse de la situación en la que está. Su marido le pidió que firme los papeles de divorcio y ella agarró el auto y quiso irse para el sur. Pero con tan poco tino que terminó enfilando para el norte.
La obra cuenta el encuentro inesperado de dos almas abandonadas: Ángel, que cuando la luz y el sonido tambalean se convertirá en Teresa, su perdida esposa (dejó su hogar hace más de una década y él no tiene información sobre su paradero), y Lina. La tortuga, le contará Ángel a Lina, se llama Teresa porque se dio cuenta de que esa forma seguiría pronunciando su nombre en voz alta. Fragmentos hermosos como este tiene el texto de la obra, que está magistralmente interpretada por los actores. Si bien la atmósfera es algo melancólica y la obra me significó, en más de un momento, lágrimas, hay en ella una comicidad muy bella. Los gestos de Lina al ver el cambio de registro de Ángel, el cambio de actitud de éste a Teresa, las diferencias sociales y culturales entre ambos personajes. Lo más hermoso es que el nombre remitía a una curva de una ruta del pueblo en el que vive Ángel y también al título de la novela que escribió este personaje. Un gesto lindo, el de unir el espacio (ese desvío) y el tiempo. Pero también se trata, en algún punto, de un dejarse habitar.
Inconscientemente, claro, Ángel decide funcionar como médium de su esposa, prestar su cuerpo para seguir invocándola. Permitir que siga caminando por la casa en la que solía caminar, acomodando aquello que con presteza acomodaba. Como quienes me han leído en otras ocasiones sabrán, pienso que todo se conecta con todo. En estos días estuve sumergido en la lectura de Alguien camina sobre tu tumba, libro compuesto por las crónicas de cementerios de Mariana Enríquez. En un capítulo de él, cuenta que Georgette Vallejo, la viuda de César Vallejo recurría a sesiones espiritistas para comunicarse con él. Un amigo de Enríquez le cuenta “de sus sesiones de espiritismo, de cómo Georgette convocaba al poeta y él concurría a su llamado siempre, siempre que ella se lo pedía”. Si bien lo que aqueja a Ángel puede leerse como un duelo no resuelto, la imposibilidad de duelar a alguien que se espera que en cualquier momento atraviese la puerta y reaparezca, me gusta pensarlo también como una suerte de invocación. Una forma de permitir que, por unos instantes al día, ambos compartan de algún modo sus días nuevamente.
*Si al terminar de leer esta reseña, te quedaste con ganas de ver esta emotiva y cómica obra, acá te dejo el link para sacar las entradas:
https://www.alternativateatral.com/obra94657-la-curva-del-tiempo
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