Estuve pensando sobre qué escribir para esta publicación. Tengo una entrada para ir a ver a Paula Trama el 10 de febrero pero aún faltan unos días. Para esta semana me dediqué a darle vueltas al Newsletter ¿Sobre qué podría escribir esta vez? ¿Sobre los globos que ocuparon la esquina de casa, explotando de tanto en tanto y sobresaltando a quienes esperábamos los distintos colectivos que pasan por ahí? ¿Sobre el paro y la marcha del 24? ¿Sobre reconectarse con viejos amigos? ¿Sobre que a mi hermano le agarró dengue? ¿Sobre cómo conseguí un alumno en un barcito tanguero? Podría escribir sobre esto. Pero la necesidad de volver al eje de este Newsletter se impone.
Hace pocos meses estuve leyendo poesía. Una práctica que durante muchos años había abandonado. A ver: nunca fue una constante en mi vida ese género. Apenas manejaba unos pocos autores. Pero, como decía en la publicación sobre Ozon, el tema del tiempo juega siempre en contra nuestro. Es por eso que la poesía puede ser más amigable, amable, para un lector disperso. Con lo cual empecé a leer algunos libros de poesía que había comprado hace un tiempo. La mayoría los compré en estos dos últimos años, pero el de Fernanda Laguna (Los grandes proyectos) forma parte de la colección del 8M de Página 12 del 2018. Y fue en ese año que lo adquirí. Quizás por una cuestión medio inconsciente de subvertir la cronología, el último que leí fue el de ella. Me parece verdaderamente bello cuando uno lee algo que le dan ganas de escribir. Un empujoncito. Como si la poesía misma te dijera “dale, vos también podés; ahora te toca a vos”.
“Las palabras se lavan la cara a la mañana/ se miran al espejo/ Las palabras piensan/ reflexionan/ eligen y deciden”. A este libro lo fui leyendo en colectivos, y también en subtes cuando volvía del laburo en la línea E. Tiene algo de estimulante el leer poesía al aire libre. En algún medio de transporte, en la puerta del edificio de algún amigo o, de ser posible, en un parquecito o una placita. Las imágenes que inundan la poesía de Laguna te hacen abrir los ojos a tu alrededor y pensar en que todo es potencial material para un poema. Pero también cualquier dato o anécdota del día a día puede ser susceptible de ser central para un poema nuevo. Es aliviador y a la vez un poco da miedo esta idea. De que todo puede ser material para un poema ¿No? Porque si pensamos en que todo puede convertirse en poesía, ¿qué hacemos que no estamos escribiéndola? Incluso aunque solo sea por el hecho mismo de escribirla. Para entretenernos.
Como la poesía que escribí el otro día, en joda, sobre el vecino y que le leí a Lars. Hace un rato Flor, mi otra amiga con la que fuimos a ver Isla Mujeres en diciembre, me dijo que le había gustado. Le puse “Mandarina”, porque el vecino comía una cuando lo crucé en el ascensor hace unos meses. Repasando Los grandes proyectos me topé con un poema (“Mis viajes en el tiempo”) que habla sobre la idea de transportarnos a tiempos pasados de nuestra vida. En él, Laguna describe a un grupo de chicas de 10 años. “En ese momento sentí que el momento en el que vivían ellas/ compartía el mismo tiempo/ de cuando yo caminaba con mis amigas de pequeñas por mi/ barrio”. Y son esas imágenes, tan a mano en nuestro cotidiano, a las que me refiero. Así que sí: se puede escribir sobre globos, marchas, barcitos tangueros o viejos amigos.
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