Memoria estelar
Sobre Voyager, el ensayo de Nona Fernández, las estrellas, los recuerdos y la memoria
Siempre tuve problemas para encontrar las constelaciones. La que por lo general detecto es la de las Tres Marías, que supongo que debe ser la más obvia. Tengo vagos recuerdos de distintas personas explicándome cuál era la constelación de Capricornio, de Cáncer, o de algún otro signo zodiacal. Pero no hubo caso. En esos escrutinios siempre terminaba conformándome con las Tres Marías. Quizás hay algo de sublime en ese caos estelar, en ese desorden en el que no encontramos patrones que seguir. Algo cautivante. No sé si en eso también habrá pensado Nona Fernández en Voyager cuando vio las imágenes del funcionamiento de las neuronas de su madre en un monitor. Pero lo cierto es que, mientras el doctor le pedía a la madre de Fernández que evoque recuerdos para que las neuronas se activen, le recordó a las constelaciones de estrellas. Y aquí da por comenzado un hermoso viaje a las estrellas en el que hablará de su madre, la memoria, la dictadura de Augusto Pinochet, las constelaciones zodiacales y su hijo.
Mis amigas me regalaron el libro para mi cumpleaños. Al instante de empezar a leerlo, caló hondo en mí y entendí por qué lo habían elegido. Es uno de esos libros que dan ganas de subrayarlos todos y anotarse las citas para no perderlas. Por ejemplo, en la página 14, Fernández escribe: “Entiendo a mi madre. Tengo la teoría de que estamos hechos de esos recuerdos diarios. No es una idea original, pero creo en ella. El despertar en la mañana, la elección del desayuno, la calle recorrida, el aguacero inesperado, la molestia por tal o cual cosa, la sorpresa que llegó a mediodía, la noticia en el diario, la llamada que recibimos, la canción en la radio, la comida que preparamos, el olor que salió de la olla, el reclamo que hicimos, el grito que escuchamos. Cada día y cada noche vividos año tras año, con toda su cuota de acción e inacción, de vértigo y rutina, es lo que en su almacenamiento continuo podemos traducir como una historia personal. Ese archivo de recuerdos es lo más parecido a un registro de identidad”.
La madre de Nona Fernández sufre de epilepsia, lo que hace que tenga desmayos durante los que pierde una porción de minutos. De potenciales recuerdos. Sin embargo, hay recuerdos que activan las neuronas de la madre. Como cuando al comienzo del ensayo el doctor le pide a la señora que evoque un recuerdo muy feliz. Luego de ver en el monitor las neuronas activas de su madre, Nona le pregunta de qué recuerdo se trata y ella le responde que pensó en el momento de su nacimiento. Más adelante, la autora cuenta cómo decidió participar de un proyecto que consistía en colocarle a las estrellas nombres de desaparecidos en dictadura. Esos desaparecidos cuyos restos los militares ocultaron bajo la arena del desierto de Atacama y sobre cuya búsqueda el documentalista Patricio Guzmán habla en Nostalgia de la luz (2010). Mujeres que recorren el desierto con el fin de encontrar los restos de sus seres queridos. Una mujer afirma a la cámara: “Ojalá los telescopios no miraran solo al cielo, sino que pudieran traspasar la tierra para poderlos ubicar". En el libro, Fernández también habla sobre una mujer, Violeta, a cuya pareja Mario Argüelles asesinaron. La estrella que amadrinará Fernández se llamará como él.
Tanto este film como el libro tratan la conexión entre las estrellas, que se pueden observar a través de grandes telescopios, y el desierto. Y es que en ese terreno diáfano se pueden contemplar muy bien las estrellas en el cielo. Aproximándonos al final del libro, la autora cuenta cómo a Carl Sagan le encomendaron la tarea de colocar en las sondas espaciales Voyager 1 y 2 discos con información de la Tierra: fotografías, música, audios de saludos y frases en distintos idiomas, sonidos de animales, trenes, entre otros, y hasta “los pensamientos y sensaciones de un ser humano”. Páginas antes de esta historia, Fernández cuenta que al festejarle el cumpleaños número 80 a su madre ella aunó los tres deseos al soplar la velita en uno solo, pero que repitió en su interior: “no olvidar este momento”.
Hace un tiempo que terminé de leer Voyager. Ahora cobra otro significado. El 24 de mayo es, para mí, una efeméride que retorna con fuerza este año, al acercarse el (primer) aniversario de la muerte de mi papá. Pero no es por la cercanía con esta fecha este retorno, sino que se cumplen 6 años del momento en el que encontrábamos a mi viejo tras una desaparición de 3 días. Días infernales, días de potenciales recuerdos con él que nadie podrá recuperar. Recuerdo que cuando acudimos a la comisaría en la que estaba, su relato era desordenado. El hecho de que en esos días no había tomado su medicación para el Alzheimer más el shock de haber estado fuera de su casa eran un combo de por sí explosivo. Nunca sabremos qué pasó pero de algo que sí nos acordaremos con certeza es del nacimiento de mi sobrino Benicio. En Voyager, Fernández escribe “Recuerdo aquellas descargas eléctricas que vi en su examen neurológico. Esas constelaciones en las que se ordenaban sus recuerdos y se me antoja pensar, de manera bastante obvia, que los paréntesis de su cerebro son como los agujeros negros que existen en el cosmos. Enigmáticos y oscuros espacios cargados de información oculta. Es poco lo que entiendo de ellos”.
Luego de reencontrarnos con mi viejo, nos llevaron a ver a un médico de la policía para que evalúe su estado. Al volver, tuve que declarar en la comisaría ya que había sido yo el que hizo la denuncia por desaparición. Y en ese momento mi prima, como si fuese una película, irrumpe diciendo que mi cuñada daría a luz. Ahora que lo escribo pareciera que esto pasó en un lapso de dos días pero juro que fue la misma noche y que solo transcurrieron apenas algunas horas. El sábado tuve el cumple de mi sobrino y mi hermano y mi cuñada decidieron festejarlo en un salón de fiestas infantiles. Los niños fueron muy felices y corretearon por toda la extensión del lugar. En un párrafo hermoso de Voyager, a raíz del festejo de cumpleaños de su madre, Fernández escribe: “¿A dónde iremos a dar más allá de esta foto y del recuerdo? ¿Cuánto artificio hará falta para agujerear las capas de tiempo que sedimentarán este instante? ¿A dónde irá a parar la risa de estas mujeres, el olor a humo de las velas ya apagadas, las migas de chocolate sobre el blanco mantel? ¿Se reciclarán de alguna forma? ¿Se convertirán en sueños?”. Y luego continúa: “¿Podrá la memoria restaurar todo eso? ¿Tendrá una copia exacta a la que acudir cuando la necesitemos? ¿Un guion claro para no olvidar las voces, los peinados, los olores de cada cuerpo, los silencios de la conversación? ¿Podremos representar este momento, por lo menos una vez más, en el cerebro de alguien?”.
Al final del libro, Fernández piensa y elige qué cosas colocaría en una sonda espacial, en su propia “cápsula de memoria personal”. Me parece un ejercicio muy lindo para pensar. Ya lo conté en una entrada anterior de este newsletter, pero cuando estaba cursando la licenciatura en artes audiovisuales me tocó cursar una materia de guion documental. Con ayuda de mi profesora, entendí que lo que realmente quería hacer era un documental en primera persona que hablase de mi relación con mi papá. La dificultad que veía en ese momento, que es un poco la que me hizo desechar finalmente la idea, era la falta de material de archivo (fotos, videos) que tenía de nuestro vínculo.
En un momento muy bonito de La cámara lúcida, Roland Barthes decía: “Quizás tengamos una resistencia invencible a creer en el pasado, en la Historia, como no sea en forma de mito. La Fotografía, por vez primera, hace cesar tal resistencia: el pasado es desde entonces tan seguro como lo que se toca”. El otro día, revisando viejos álbumes encontré algunas fotos que tengo con él. No son muchas, y carezco de videos familiares pero alcanzan para integrar mi propia cápsula. A veces cuando empiezo un libro nuevo de mi biblioteca de libros propios y heredados, encuentro alguna nota o algún número de teléfono escrito con su letra ¿Qué otros materiales integrarían mi cápsula? Fotos con mi mamá, mis hermanos, mis amigos; fotos de mis mascotas; algunos audios lindos de mis queridas amistades; palabras afectuosas de profesores y amigos; poemas de los que me sienta -al menos algo- orgulloso. Les pregunto: ¿Qué cosas conformarían su propia cápsula?
(En la última foto soy el pequeño que está sentado en el regazo de mi viejo. A la izquierda está mi hermano mayor Francisco con mi primo Manuel y a la derecha de la foto mi prima Camila)
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Ay Marcos, termine llorando mientras te leía. Vivi una situación muy similar y como te dije, me recordó a mi vieja, a leer Pizarnik con ella. Te abrazo, te admiro y te felicito, escribís hermoso!
"Se ha dicho que el poeta es el gran terapeuta. En este sentido, el quehacer poético implicaría exorcizar, conjurar y, además, reparar. Escribir un poema es reparar la herida fundamental, la desgarradura. Porque todos estamos heridos. A.P"
Siempre es tan hermoso leerte. Desde las primeras líneas se me vino a la mente Nostalgia de la luz, me alegró sentirme, de ese modo, parte de la constelación de tus palabras. Gracias por escribir (y por hacerlo cada vez mejor) ❤️